domingo, 22 de febrero de 2009

Contrato sagrado

Lili estaba llorando. No podía dejar de llorar. Clara le preparó un té y se sentaron juntas en la mesa de la cocina.
Se habían conocido hace unos meses cuando Lili empezó a trabajar dos horas cada día limpiando su casa. Apenas se veían, porque cuando Lili llegaba, Clara se iba ya a trabajar. Pero cada día se dejaban notas puestas en la nevera con un imán de Hello Kitty. Había empezado Clara apuntando cosas que había que hacer en la casa y habían acabado escribiéndose cartas cada día. Se habían hecho buenas amigas.
--No quiero que mis hijos vivan lo que viví de pequeña -- dijo Lili --Mi padre pegaba a mi madre, llegaba siempre borracho a casa, y gritaba. Sólo le recuerdo gritando o pegando. Se fue de casa cuando tenía sólo tres años y lo recuerdo perfectamente. Se fue con otra mujer . Y no, no quiero esto en mi vida. No quiero que mis hijos pasen por el mismo infierno.
--Pero ¿qué ha pasado? -- le preguntó Clara mientras le apoyaba la mano en su hombro.
Lili había cogido la taza de té y no paraba de dar vueltas con la cucharilla. Una y otra vez, vueltas y más vueltas. Pero parecía que aquellos pequeños movimientos, siempre en la misma dirección, y siempre iguales, le relajaban. Por lo menos había dejado de llorar y respiraba con más tranquilidad. Su mirada estaba perdida en esos pequeños remolinos que iba formando. Cuando intentaba separar sus ojos de la taza y miraba a Clara, se le ponían otra vez brillantes y comenzaba de nuevo a llorar.
Se quedaron en silencio. Siguiendo el ritmo de la cucharilla, escuchándolo como si fuera un mantra, un mantra curativo.
Clara no sabía qué le pasaba. Se imaginaba cómo tenía que echar de menos a su amiga. Se lo contó hace unos días. Era la única amiga que tenía aquí, y como su marido se había quedado sin trabajo habían decidido volverse a Rumanía.
Al cabo de un rato y de un sinfín de vueltas al té, Clara decidió romper el silencio.
--Es muy duro estar en un país que no es el tuyo y que la única amiga con la que podías conversar de verdad se haya vuelto a Rumanía.
Pero Lili seguía inmersa en el té, en su mente, en sus recuerdos. Al fin pareció volver en sí y le miró, y no se echó a llorar. Parecía que ya estaba más tranquila.
--Sí, la echo mucho de menos. Me siento muy sola. Nunca me había pasado nada parecido --se quedó callada unos segundos, y prosiguió --Todo empezó cuando se quedó sin trabajo. Empezó a ir al bar. Empezó a beber. Empezó a gritar por las noches. Y anoche me pego.
--No, no puede ser.
--Sí, me puse nerviosa y le contesté, y le grité. Antes cuando discutíamos yo siempre lloraba y nunca decía nada. Pero había empezado a contestar. Y anoche me enfadé, me enfadé mucho, y le grité. Y él me pegó.
--Eso no lo puedes permitir. Nunca, Lili. No lo permitas. Nunca.
--El sabe que no tengo dónde ir.
--Sí, claro que tienes un lugar donde ir. Mi casa. Si vuelve a pasar cualquier cosa te coges a los niños y os venís a casa.
--Pero estoy enamorada. El no era así. Es la bebida, es ese bar, él nunca me quiere llevar ahí.
-- No lo puedes permitir, ni por ti ni por tus hijos. Qué no te vuelva a poner la mano encima por favor. No puedes estar enamorada de un hombre que te pega.
-- El no es así... -- Y se volvió a quedar pensativa. Había dejado ya la cucharilla encima de una servilleta. Cogió la taza con las dos manos, abrazándola con todos sus dedos, como si a la vez que se calentaba las manos fuera calentando también su alma. Iba tomando sorbitos muy despacio.
--Cuando nos conocimos supimos que estábamos hechos el uno para el otro. El es ortodoxo y yo católica. Nuestras familias no querían que estuviéramos juntos. Tuvimos que renunciar a ellas para casarnos. Y siempre hemos estado unidos, muy unidos. Luego él se vino aquí, a España. Iba muy bien su trabajo en construcción y al final decidimos que me viniera con los niños también y comenzáramos una nueva etapa en este país. Pero ahora lleva ya varios meses sin trabajar. Y está siempre en casa o en el bar, y siempre de mal humor. Yo tengo que trabajar en más casas porque sino no nos llega el dinero. Estamos así casi todas las familias rumanas que vivimos en el barrio. Las mujeres limpiando o cuidando niños o abuelitos y los hombres en el bar.
--Ya, por desgracia pasa en muchos sitios. En lugar de echarle narices se refugian en el alcohol, gastan más, se pierden a ellos mismos, y encima es una rueda de la que cada vez cuesta más salir. Es una salida fácil cuando se está mal. Lamentarse y beber. Hay que salir de allí.
--Yo le quiero. Es mi marido.
--Pues habla con él.
--No puedo, estoy muy enfadada. Si intento hablar ahora seguro que discutimos.
--Pues escríbele.
--¿Escribirle?
--Sí, una carta. Y le dices todo. Todo. Todo lo que sientes dentro de tu corazón.
--Nunca le he escrito una carta.
--Bueno, pues siempre hay una primera vez para todo. Inténtalo. Si realmente le quieres, lucha por ese amor. Pero no permitas que algo como lo de ayer vuelva a pasar, ni siquiera una vez más. O te acostumbrarás, llegarás a verlo normal, y tu vida se convertirá en algo triste y sin sentido. Y estamos aquí para vivir con amor, y acariciarnos, no pegarnos. En todos los sentidos. Además te sentará muy bien escribir en una hoja de papel todo lo que sientes. Tómate la mañana para ti, y hazlo.
--¿Tú crees que funcionará?
--¿Qué pierdes por intentarlo? Muchas veces hablando saltamos, nos enfadamos y acabamos diciendo cosas que no queríamos decir. Escríbelo. Me tengo que ir a trabajar ahora. Mucha suerte. ¿Estarás bien?
--Sí -- dijo sonriendo con sus ojos azules transparentes, limpios, y sobre todo, buenos.
--Prométeme que si vuelve a pasar algo como lo de ayer cogerás a tus hijos y os vendréis inmediatamente a casa o me llamarás para que os vaya a buscar.
--Sí, te lo prometo --le contestó Lili.
--Ok, me voy. Ya sabes, aquí está tu casa, siempre, a cualquier hora, igual que mi móvil ¿de acuerdo?
Se dieron un abrazo y Clara se fue a trabajar.
Por la noche volvió a casa y vio en una estantería de la cocina, entre los libros de la termomix, un montón de hojas escritas en rumano. Le mandó un sms. ¿Cómo estás? ¿va todo bien? Besos y que duermas bien. Recibió respuesta enseguida. Todo muy bien. Muchos besos y muchas gracias por todo. Felices sueños.
A la mañana siguiente llegó Lili sonriente y tranquila.
--Buenos días guapísima. ¿Qué tal estás? ¿Le diste la carta? -- le dijo Clara mientras se ponía el abrigo para salir de casa.
--No, no se la he dado. No hemos hablado nada. Me fui a la cama sin hablar con él. Prefiero darme un poco de tiempo. Pero escribí, y muchísimo-- y se echó a reír como una niña --Al final ya no sabía ni qué escribía ni cómo lo escribía, pero era como si me limpiara por dentro, sacando todo lo que he ido acumulando en mi pecho todos estos últimos meses, y años. Me quedé nueva.
Una semana más tarde Lili le dio la carta a su marido. Era una carta larga y muy sincera, llena de amor y de verdad. No, nunca más permitiría una sola bofetada, jamás. Y le quería, muchísimo. Y le ayudaría y le apoyaría siempre y en todo, pero estando juntos y cerca. No le daba miedo comer patatas todos los días, ya lo había hecho otras veces en su vida, ni trabajar más. Pero quería una familia que se amara y se respetara.
Su marido le contestó. También le quería. Se avergonzaba de lo que había llegado a hacer. No se reconocía. Y no, no iba a dejar que algo parecido volviera a pasar. Nunca. Estarían juntos. El siempre la había amado. Adoraba a sus hijos, y lucharía por estar todos juntos, y quererse y respetarse.
Y guardaron esas cartas, como si fuera un contrato sagrado de amor. Un contrato escrito con la tinta de su sangre, la misma que la de sus hijos. Una sangre que había sido concebida por amor y en amor.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Contrato, sagrado, sangrado...palabras escritas que pesan...¿Cuánto pesa el mar?

Paloma Sainz dijo...

Este mar no pesa :). Las palabras algunas veces pesan, pero cuando se escriben en el mar, la corriente se las lleva, las mezcla en sus olas y las devuelve limpias a la orilla.Y cuando nos sumergimos en él, nos empapan y nos desnudan, y nos llenan y nos vacían, y nos liberan...
Besos

PHAROS dijo...

Contrato sagrado,palabras que pesan, no creo en eso los contratos se rompen, las palabras pesan no pesan, pesan mucho mas si estan cargadas de razon
Paloma me ha dado en que pensar, yo lo veo que el la queria y queria salvar su matrimonio y su situacion y se ha visto que se todo puede desaparecer un contrato yo pondria el nuevo amor el principio del verdadero amor o algo asi un contrato de amor se puede romper romper romper snifff

Piero las palabras pesan no lo creo, pero son dificiles de mantenerlas firmes en el tiempo, las palabras son como sentimientos no son nada eternos.

Yo puedo decir a una persona te amare hasta que me muera y luego llega me abandona por lo que sea, esa palabra no tiene validez, porque como le voy a amar si no esta y le amare para siempre cuando me ha abandonado No se si me explico bien, las palabras pesan quisiera un contrato sagrado con palabras que pesan y el mar no pesa todo queda en el suelo alli estan las palabras todo lo demas que flota es el alma y el espiritu
besos calamitas

laurajaji dijo...

Ojala todos dijeran una palabra a tiempo. Este escrito es transparente y plasma la vida, el miedo, la esperanza,el amor.. Las palabras pueden ser fugaces, pero un mal silencio puede marcar una vida para siempre.

Besos.

Paloma Sainz dijo...

A lo mejor esa carta nunca llegó a su marido, pero fue un compromiso personal, con ella misma. Nunca se puede decir nunca, pero hay excepciones, y la violencia es una de ellas. Y esto sí q era una promesa con ella misma de que jamás volvería a pasar por algo así.
En cuanto a los silencios, que difíciles son cuando estás esperando algo. Sé impecable con tus palabras, y aunque creas que lo eres, confirma que te han entendido. Y no des un silencio como respuesta, no, por favor. Q tristes, q vacíos, q grises, son los silencios... cuando esperas q te hablen, q te expliquen, q te digan...
Y las palabras, y los silencios... y nosotros mismos, somos ahora, en este momento, mañana habremos cambiado, todo es efímero y todo cambia... siempre, en cada instante.

ASTEROIDE B 612 dijo...

Las palabras pesan, si están escritas todavía pesan más. Cuando no estás segur@ de algo mejor no decirlo, no hace falta hacer sufrir a nadie por una palabra que sobra, entonces es mejor el silencio, que también hiere o mata sentimientos. Éstos también pesan, porque aunque se intente no se pueden dominar. Cuando una persona desaparece de tu lado, si la amaste, la siguirás amando. Los sentimientos no son voluntarios. Tal vez sea una buena idea en estos casos escribirse para decir lo justo, hablando a veces se puede más de lo que se quiere. Y en otros casos lo mejor es salir corriendo, el que pega repite, la mujer perdona por amor y ésto en casi todos los casos termina en tragedia. Nos queda mucho por hacer.