martes, 23 de junio de 2009

Un libro

Le conoció en el Camino de Santiago, cuando eran libres, o al menos, así lo sentían. Llegaron a Santiago y coincidieron en la misa del peregrino. Un abrazo, un café, un intercambio de emails escritos con tinta azul en servilletas de papel, otro abrazo. Y regresaron a sus vidas, buscando un sentido en sus ciudades, en distintos continentes.

Un día ella recibió un email: sé qué es lo que quiero hacer, pero no puedo. Quiero escribir, quiero terminar mi libro.

Y ella le contestó: ven a mi casa, quédate aquí y escríbelo. 

No puedo.

Ven.

Y fue. Y escribía, y se abstraía. Y huía. Y terminó su libro, y ni sus rostros ni sus cuerpos se llegaron a rozar durante aquellos meses. Quizás sí sus almas. 

Un abrazo callado, unas gracias correctas y muertas, un cuídate. Y él regresó a su ciudad. Perdido. Y ella comenzó a escribir. Perdida.

Fue en una feria en México dos años más tarde. Ella presentaba su libro. Son dos historias idénticas, tienen que ser copiadas, le dijo una editorial. El estaba allí, firmando su libro. 

miércoles, 17 de junio de 2009

Anclas

Hay veces que conoces personas que mueven algo dentro de ti, y las necesitas cerca, quieres tocarlas, sobarlas hasta dejar su piel lisa, con las palmas de tu mano, con tiempo, pasándolas, y repasándolas, acariciándolas una y otra vez, como un albañil cuando trabaja las paredes de una casa, que pasa su mano una y otra vez, las alisa, y las vuelve a alisar. Pero a veces cuando ya está preparada la pared, la casa se desploma, o simplemente se evapora.

Esas personas a veces están ancladas en otros mundos. Algunas con anclas de papel que no pesan, y van moviéndolas de mundo a mundo, fluyendo con corrientes hasta ahora desconocidas. Pero otras tienen anclas de plomo que las retienen. No pueden moverse de su mundo. Y si alguna vez se atreven a mover un poco la cadena más de lo justo, tienen un pequeño tiempo, a veces demasiado pequeño y limitado para pertenecer a otros mundos, porque en cuanto el ancla plomiza se da cuenta, vuelve a tirar de la cadena, y regresa a su mundo, al que se ha construido, con sus ventanas conocidas y sus corrientes controladas. Pero esos pequeños tiempos a veces rompen otros mundos, diferentes. A veces rompen anclas. A veces crean otro tipo de cadenas, de eslabones entrelazados que son invisibles. Porque son tan puros, son tan bellos, que se quieren alargar, se quieren hacer eternos. Pero no es posible. Un ancla de plomo nunca se mueve. Tiene que mantener su posición fija en el mar. No puede correr el riesgo de irse a la deriva.

lunes, 8 de junio de 2009

Déjate conmigo

Aléjate, y no me toques,

aléjate, y no te vuelvas,

aléjate, y no lo pienses,

aléjate... 

y no pares


Porque si me tocas, te tocaré,

si te vuelves, te miraré,

si lo piensas, dudarás,

si te paras, no sabrás


Sigue, sigue y sigue

Ya está

Todo acabó

No hay lugar en ti para mi

No hay lugar en mi para ti


Sigue, sigue y sigue

Hacia dónde? da igual

déjate llevar

y si no sabes

déjate morir

y si tampoco sabes

déjate conmigo

y busca un nuevo lugar.