Le conoció en el Camino de Santiago, cuando eran libres, o al menos, así lo sentían. Llegaron a Santiago y coincidieron en la misa del peregrino. Un abrazo, un café, un intercambio de emails escritos con tinta azul en servilletas de papel, otro abrazo. Y regresaron a sus vidas, buscando un sentido en sus ciudades, en distintos continentes.
Un día ella recibió un email: sé qué es lo que quiero hacer, pero no puedo. Quiero escribir, quiero terminar mi libro.
Y ella le contestó: ven a mi casa, quédate aquí y escríbelo.
No puedo.
Ven.
Y fue. Y escribía, y se abstraía. Y huía. Y terminó su libro, y ni sus rostros ni sus cuerpos se llegaron a rozar durante aquellos meses. Quizás sí sus almas.
Un abrazo callado, unas gracias correctas y muertas, un cuídate. Y él regresó a su ciudad. Perdido. Y ella comenzó a escribir. Perdida.
1 comentario:
Un lugar para acobijarse, un sitio tranquilo, ambos perdidos pero porque....intriga y el final el libro escrito
Besos
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