martes, 13 de julio de 2010

Piedras que mueven

Ovidio me regaló una piedra pequeña y blanca en Santiago. Da igual de dónde sea. Llevan todo dentro. Como nosotros. Y me contó, bajo el sol y junto a otro peregrino, cómo había cambiado su vida y ahora ya vivía desde el corazón. Totalmente abierto. Hay que tomar decisiones, decía. Sí. Son necesarias para moverse. Manuel, el escultor de Guetaria, nos enseñó otras piedras. No son preciosas, son del mar, del monte. Pero sí, lo eran. Preciosas. Tenía una delante de su ventana en la que se vislumbraba un rostro, muy suave... Es tan hermosa, le dije. Y él me explicó que lo hacía con otra piedra, como hacían antiguamente. También me contó que un día llegó allí con una mochila y se quedó, porque le aceptaron tal como era. A Manuel le gustan las piedras que se mueven. Es importante que tengan movimiento, dice mientras apoya su mano en una de ellas y la va inclinando hacia una u otra posición.
Axel me ha regalado una que parece un caramelo de miel. Dulce. Brilla, refleja, y está como mordida. Imperfecta y perfecta.

1 comentario:

PHAROS dijo...

en el valle de la muerte en USA, grandes piedras se desplazan solas por el desierto

tenemos que conocernos a nosotros mismos (si llegamos a hacerlo algun dia) y una vez aceptarmos como somos, proyectar esa imagen a el resto del mundo.

quien quiera que nos admita como somos, no como el reflejo de los demas, de las costumbres...

un pensamiento no se si es valido o no pero es mio Un beso