domingo, 30 de noviembre de 2008

Manos

Había perdido todo, la esperanza, la fe. Todo. Se había perdido incluso a ella misma.
Le invitaron a una exposición de una pintora peruana, una tal Lourdes Vargas. No le apetecía nada, pero al final su amigo Mario la convenció para salir de su escondite. Se puso unos vaqueros y una camisa larga, y después de recogerse el pelo con una pinza, se maquilló con un poco de rímel y colorete, para intentar aparentar que todo iba bien. Para intentar iluminar un rostro que se había quedado blanco y pálido después del pánico que había sentido en los últimos días.
Llegó puntual. Había mucha gente, pero no conocía a nadie. Por fin, después de diez minutos que se le hicieron eternos, apareció Mario y la besó en la frente, con dulzura. Era un beso tierno, muy tierno, como el que se da a un niño para tranquilizarle después de haber tenido una pesadilla. Pero Nuck seguía dentro de esa pesadilla. Estaba muy seria, rígida. Cogieron una copa de vino y empezaron a ver la exposición. Se sentía observada. Había algo en esa sala... Otra vez… Algo que tenía mucha fuerza. No quería pensar. Sólo pensarlo le hacía sentirse otra vez perdida, aterrada y con ganas de salir corriendo a su casa a refugiarse en su cama, debajo de la colcha, con sus pastillas y dormir, dormir y dormir. Era la única salvación posible. Pero sí, era sin duda la misma fuerza, la misma sensación con la que había empezado otras veces durante los últimos meses. Todo había empezado después de conocer a ese extraño hombre en el desierto de Siria. Hay algo que tienes que hacer aquí, algo muy importante, le había dicho, tienes que ayudarles. Todos los que la acompañaban en el viaje se lo tomaron a risa pero ella sabía que hablaba en serio. Sabía que su vida iba a cambiar. Y lo había hecho. Pero no, no podía vivir de esa forma, no. Prefería morir.
Y esa presencia, de nuevo. Esa fuerza, tirando de ella, para que se diera la vuelta. Apretó con todas sus fuerzas la copa de vino y manteniendo la respiración se volvió. Había un óleo precioso, de dimensiones desorbitadas. Fuxia y naranja. Era como una mano gigante, y más manos, un punto, un infinito, una mirada. Y sí, allí estaban ellos. Volvían, la reclamaban, no sabían cómo salir de allí, la necesitaban. Los sentía. Se acercó más y más. Una madre, una hija. Todos lloraban. Todos sufrían. Querían salir de allí pero no sabían cómo.
Lourdes se volvió. Miró su cuadro. Su mano. Ahora había más manos. Eran unas manos distintas a las que ella había pintado.

1 comentario:

PHAROS dijo...

PALOMA INTERESANTE TENDREMOS QUE HABLAR MAS DE ESTE ESCRITO