miércoles, 30 de diciembre de 2009
Paréntesis
sábado, 26 de diciembre de 2009
Hermafrodita
domingo, 20 de diciembre de 2009
Fotosíntesis
jueves, 17 de diciembre de 2009
domingo, 13 de diciembre de 2009
Café negro

jueves, 10 de diciembre de 2009
Creación
lunes, 7 de diciembre de 2009
Flechas
sábado, 5 de diciembre de 2009
La casa rosa
9.45. Hora del café. A esa hora salía todas las mañanas del banco. Sólo media hora. Antes iba al bar de la esquina, y se tomaba un café, leía un periódico, quedaba con alguna amiga... Pero desde hace ya tiempo esa media hora había pasado de la columna de tiempo haber a la columna de tiempo deber. Cuando no tenía que hacer la compra, tenía que ir a recoger unos pantalones de su marido, o comprar una cartulina para Sofía, o una medicina para Black, que cada día estaba más viejo y enfermo, o un regalo para una fiesta de cumpleaños... Daba igual. No sabía cómo, pero cada día, esa media hora estaba ya cogida.
Ese día salió como siempre. Llegó a Mercadona, con su lista de la compra escrita con un rotulador morado de Sofía y dividida por secciones. Iba haciendo el recorrido del supermercado, como si fuera virtual. Lo veía perfectamente. Entrando a la derecha gel y champú, enfrente pasta de dientes, giro a la izquierda, suavizante, detergente y demás productos de limpieza. Enfrente, agua destilada, bolsas de basura. Giro a la derecha, pan, galletas, cereales, y recto a la izquierda, yogures, mantequilla, a la izquierda, leche... Y así, pasillo por pasillo. Las hacía en orden. Y de esta forma, en menos de quince minutos tenía todo lo que necesitaba en su carro.
Antes, apenas había gente a esas horas de la mañana, sólo alguna persona mayor. Pero ahora estaba lleno. A cualquier hora, estaba lleno. Y de gente joven, mayor, muchos solos, con la mirada perdida y con carros medio vacíos. Quizás el estar allí, y llevar el carro en lugar de la cesta, calmaba de alguna forma el miedo a pasar hambre, a perder esa oportunidad de comprar, de no poder comprar, de no poder vivir, de no poder alimentar a tu familia.
Llegó a la caja. Siempre llevaba ordenado el carro. Limpieza por un lado, lácteos por otro, tetra briks o bebidas... Pero ese día había mucha gente. Y sólo había una cajera. Y todo el mundo parecía tener mucha prisa. Empezó a poner las cosas encima de la cinta negra sin ningún orden, intentando sacar toda la compra lo más rápido posible. Se empezó a marear. La cajera, con unas manos impecables y uñas pintadas de rojo sangre, iba cogiendo la leche, los huevos, el gel, el aceite, sin ningún orden, tal como iban saliendo de la cinta. Para ayudarle, lo empezó a meter en bolsas de plástico. No, no, dijo ella. No utilizo bolsas de plástico, llevo la mía de tela. La sacó, y todo el mundo le miraba mal, porque quizás habían perdido dos minutos en sacar las cosas de la bolsa de plástico y ponerlas en la de tela. Sólo la cajera de las uñas pintadas de rojo sangre le miraba con otros ojos. Disculpe, sólo quería ayudarla, dijo discretamente mientras le ayudaba a meter las pechugas de pollo y las latas de tomate triturado en la bolsa de tela. Gracias, sonrió ella. Empezó a colocar todo en el carro. Estaba desordenado. No podía cambiarlo otra vez. Daba igual. Lo dejó así. Y sacó su tarjeta de crédito para pagar. No llevaba el bolso. Lo dejaba todo en la oficina cuando salía. Ni siquiera llevaba el abrigo en invierno. Sólo cogía su cartera pequeña cuando salía a las 9.45 del banco. La cajera de las uñas pintadas de rojo sangre pasó la tarjeta. La pasó una vez. Y luego otra. Perdone, ¿tiene alguna otra tarjeta? Esta no me la coge. Las personas de detrás ya resoplaban. Se oían los suspiros ya casi desesperados. Pero sobre todo se notaba en el aire. Tenso. Como miles de cuerdas estiradas, demasiado estiradas y a punto de romperse. No llevaba más tarjetas. Ni tampoco llevaba dinero. Ni tampoco le quedaba tiempo. Se acordó de que la semana pasada había pagado la reparación del coche, y que era final de mes, y que se podía haber acabado su límite mensual. Necesitaba llevarse la compra. Luego ya no tenía otra media hora. Sintió que se rompía algo dentro de ella. Algo se soltó, de golpe, sin avisar. Se había roto una de las cuerdas. Se cayó. La cajera de las uñas pintadas de rojo sangre llamó al servicio de atención al cliente. En los últimos meses habían tenido que triplicar el personal en esa sección. Llegó una de las enfermeras con una inyección. Ya está, ya está, tranquila. Le puso la inyección. Ella sólo notó un pinchazo, y luego ya paz, calma. Sintió que no había más columnas, ni más tiempo, ni más carros. Sólo veía las uñas pintadas de rojo sangre que le daban un vaso de agua. Perdone, ¿podrían avisar en mi trabajo y a mi marido por favor? Trabajo en la oficina del Bancoworld de la calle Herrera. Sí, lo sabemos, no se preocupe, ahora mismo les llamamos.
Se la llevaron a la casa rosa que tanto le gustaba. Era un descanso. Eran paréntesis en su vida. Allí le daban pastillas, dormía y paseaba. En los últimos años habían abierto más casas rosas por toda la ciudad, pero esa era su preferida. Había muchos árboles. Cuando salía a pasear se quedaba horas mirándolos.
lunes, 30 de noviembre de 2009
Estelas
¿Hacia dónde quieres ir? ¿Qué estela quieres seguir?.
¿Necesitas una ruta marcada? ¿O prefieres seguir tu instinto?
¿Quieres asfalto? ¿O prefieres tierra?
¿Aguantas el calor en tus suelas? ¿Y el frío?
Adelante, comienza.
Adelante, gira.
Adelante, camina.
Adelante...
Y si hace falta, ve a la pata coja... da igual que te miren, o que te llamen loco.
Sigue un camino, o sigue otro... pero sigue andando, no te quedes quieto.
Para, descansa, respira.
Y reflexiona, y vuelve a respirar, y comienza de nuevo a caminar.
Adelante...
Sigue hacia delante.
viernes, 27 de noviembre de 2009
Don't disturb
-- Perdona, ¿tienes un hueco, un momento?
-- Don’t disturb me.
-- Perdona, es importante...
-- No puedo.
-- Bueno, no pasa nada.
-- Estoy ocupado.
-- No pasa nada.
Vacío OOOOOOO
-- Todo está bien
Vacío OOOOOOO
Vacío ( )
O lleno 888888888
¿Por qué siempre extremos?
-- Se muere
-- No pasa nada. Es parte de la vida.
Vacío profundo. Lleno hueco.
Se acaba.
Fin.
Principio.
domingo, 22 de noviembre de 2009
Hacia rutas salvajes +
Hacia rutas salvajes
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Pantallas
Bienvenida a PC city. Bienvenida a PC city. Sonrío. Les doy las gracias, y pienso en cuándo van a dejar de darme la bienvenida y me van a ayudar... Es por la mañana, un día entre semana, apenas hay clientes. Y hay varias camisas moradas con el logo de PC city deambulando por allí. Todos caminan nerviosos, sin rumbo, moviéndose de un lado a otro de la tienda, como coches con mandos a distancia averiados que no paran de ir hacia delante y hacia atrás sin ningún sentido. Al final, uno de los que me ha dado la bienvenida me confirma que en breve una persona me ayudará. Gracias. Aparece un chico, con la camisa morada, con la frase célebre: bienvenida a Pc city. Estoy por echarme a llorar. Lo dice como un disco, sin alma. Su piel está muy blanca, tiene ojeras, sudor frío. Quería mirar un netbook y una impresora. Nos acercamos a los netbooks. Y como si tuviera todos los datos grabados en un disco duro comienza a recitar todas las características que por otra parte puedo leer en el mostrador. Va hablando, sin parar, sin ritmo, mirándome pero sin mirar. Le corto. Sí, muy amable. Y me lo dice dos veces más. Sí, muy amable. Sí, muy amable. Bienvenida a pc city. ¿Se habrá rayado? Estoy por pararle otra vez. Por darle un pisotón a ver cómo reacciona. Está como hipnotizado. Alucino. Al final cojo el broche de la mariposa que llevo en la chaqueta y le clavo la aguja en un brazo. ¿Pero qué hace? ¿Está loca? No le sale sangre. Lo sabía. Lo sabía. De repente todas las pantallas se vuelven más grandes y los ordenadores se abren, salen piernas y brazos y empiezan a caminar. Me acuerdo de la película de G-Force que fui a ver con mis hijas donde todos los electrodomésticos cobraban vida. Aquí pasa lo mismo. Viene la policía. ¿Qué ha hecho? ¿Dónde está el arma? Cogen mi broche de la mariposa. Ah, una mariposa. Claro, otra igual. Nos han descubierto. Le doy al botón de emergencia de la blackberry. La mariposa se convierte en oruga. Yo me convierto en mariposa. Los ordenadores regresan a las estanterías. Las pantallas vuelven a televisar el documental de National Geographic. Es sobre mariposas. Me escondo allí, con otras mariposas, en el documental. Nadie nos ve.
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Lovear Berlín
Me gustan los graffitis. Cada vez se ven más por todas las ciudades. En algunas quedan bien, en otras no. En Berlín quedan bien. Muy bien. Imagino todas las paredes de nuestras casas, las de los hospitales, las de las panaderías y las de los hoteles, las bibliotecas y las universidades. Todas llenas de graffitis. Todas las aceras y todos los asfaltos. Las vías de tren. Imagino todas las pieles de nuestros cuerpos tatuadas. Todas las hojas de los árboles escritas, todas las bicis pintadas. Imagino un día en que todos los blogs, todas las fotografías, todos los textos que hay colgados en webs, en "nubes", salen de los cables, se materializan y se proyectan en el cielo. Y ocupan todo. No quedan huecos. No podemos leer. No podemos ver ningún agujero. Todo lleno de palabras, de imágenes, de frases. Buscaríamos un hueco, un espacio, blanco o azul, por el que salir, y respirar. Un silencio. Imagino buscar ese espacio, y tirar ese cielo entre todos, y encontrarnos con otro cielo, limpio, en el que no hacen falta las palabras ni las imágenes, porque lo sentimos dentro de nosotros, en nuestra retina, a través del pensamiento, de nuestro pecho, de la mirada, de nuestras manos. Sintiendo las personas, sintiendo la naturaleza.
Me gusta que sea otoño, que esté todo el suelo lleno de hojas, que haya niebla, que haga frío. Y ponerme gorro, y bufanda, y manoplas. Y caminar.
Me gustan los waffles con chocolate y nata.
Me gusta probarme ropa militar de segunda mano con Berta.
Me gustan los árboles. Me tengo que comprar un diccionario de árboles. Me gustan los diccionarios.
Me gustan las caras. Me gusta mirar la piel de las personas, las miradas, sus manos, su caminar. Y pienso si vivían en el este o en el oeste. Qué tienen en sus cabezas y en sus estómagos, después de haber vivido aquello. Cómo se sienten. Si encuentran sentido. O si no lo encuentran.
Me gustan los yogui teas con leche y miel en vasos grandes de cristal tipo Ikea.
Me gusta pasear por East Side Gallery y ver a Yunus, paseando, sin comitiva alguna, con su chaqueta beig, sin nada que le abrigue en el cuello. Y acercarme, y estrecharle las manos, y decirle que le admiro, y que también creo que un mundo sin pobreza es posible.
Me gusta ver a la gente caminar con maletas por la calle. Me imagino un mundo nómada, donde todos vamos con mochilas o maletas de ruedas de 50x40x20. No hace falta más. Y vamos cambiando de ciudad, de país, de continente. Vamos caminando, siempre a pie. Para ver desde todos los ángulos, para ver de otra forma, para ver desde dentro.
Me gusta Mauer Park. Me gusta calentarme alrededor de un cubo de hojalata, metiendo astillas de madera, poniendo manos con manos, de distintos colores y distintas pieles, todas juntas, alrededor del fuego, como si fuera un ritual. Sí. Un ritual. El ritual de la libertad. Me gusta calentarme así como si fuéramos vagabundos. Me gusta esa imagen. Todos vagabundos.
Me gustan las ventanas grandes, antiguas, sin persianas ni cortinas. Vacías, transparentes.
Me gusta la sopa de zanahorias, ginger y coco en el sitio de Franziska. Escuchando a Leonard Cohen. Mirando por la ventana las bicis, y los árboles, y las hojas. Y escribir en mi cuaderno.
Me gusta poder estar aquí el 9 de noviembre del 2009. y que 2 y 9 sumen 11 = 9.11.11 . Bonita fecha. Y que 9+4 sumen 13. Bonito número. Y que 3+1 sumen 4. Aire, fuego, tierra y agua. Norte, sur, este, oeste. Primavera, verano, otoño, invierno.
Me gusta que haya un río. Me gustan los ríos en las ciudades, y pasear por ellos, y mirarlos y vivirlos.
Me gusta que todo el suelo sea de arena. Imagino una playa gigante en la que empezaron a hacer castillos con restos de materias que venían del mar o del río, y construyeron más y más hasta que ya no se veía que debajo había arena. Ahora ya no se sabe que debajo de Berlín hay una playa.
Me emociono bajo la lluvia la noche del 9. Con el dominó gigante. En la puerta de Brandemburgo. Parejas abrazadas bajo paraguas o sin paraguas. Personas solas. Niños. Alemanes, polacos, italianos, españoles. Da igual. Estamos todos allí. Y me estremezco cada vez que salen imágenes de lo que fue, cada vez que miro a los ojos de las personas que tengo al lado. Un chico nos hace un hueco debajo de su paraguas. Hablamos con él. Es del este. El tenía dieciocho años cuando cayó el muro. Tenemos la misma edad. Probablemente no es lo único que tenemos en común. Ninguno de los que estamos allí, o aquí, o ahí. Llueve. Gotas y gotas de agua que caen en piedras desgastadas, en arenas escondidas. Y limpian, y serenan. Y ayudan a crear una revolución silenciosa, más allá de las palabras, más allá de las imágenes.
Me gusta Berlín. Loveo Berlín.
viernes, 6 de noviembre de 2009
Entre persianas

Encerrarte. Bajar las persianas. Cerrar el ordenador. Apagar el móvil. Bajar los párpados. Abandonar la respiración. Sentir gruñir al estómago y no escucharle. Arropada entre sábanas blancas. Sola. Sin importar la hora. Sin importar el ritmo. Sin importar nada. Todo sigue. Pero dentro de esa habitación todo para. Y está bien. Está bien la parada. Está bien todo apagado.
jueves, 5 de noviembre de 2009
Libera tu corazón
"Para ser libre, lo primero que tienes que hacer es liberarte a ti mismo; y para ello hay que liberar el corazón y dejarte guiar por él. La primera gran revolución es ser capaz de amar. Una declaración aparentemente muy simple, pero muy profunda. Uno puede tener todas las teorías políticas que quiera y hablar de cualquier tema, pero para ser libre en tu propia vida uno debe ser revolucionario en su relación de pareja y saber encontrar la generosidad y la compasión necesarias para continuar y, sólo entonces, tu vida merece la pena. Libera tu corazón y el resto vendrá por añadidura."
lunes, 2 de noviembre de 2009
Fuera y dentro

Fuera. Fuera de mi vida. Fuera de mi casa. Fuera de mi cuerpo. Fuera de mi mente. Fuera de mis cutículas. Fuera de mi ombligo. Fuera de mis paredes. Fuera de mis nubes. Fuera de mi nevera. Fuera de mi. Te quiero fuera de mi.
Porque si fuera dentro de mi vida, dentro de mi casa, dentro de mi cuerpo, dentro de mi mente, dentro de mis cutículas, dentro de mi ombligo, dentro de mis paredes, dentro de mis nubes, dentro de mi nevera y dentro de mi, entonces..., entonces te querría dentro de mi.
Pero no te quiero dentro de mi. Ni tampoco te quiero fuera de mi. Quizás no existe el dentro ni el fuera, ni el mi ni el te. Quizás no exista ningún sitio donde se puedan encontrar el dentro y el fuera. O quizás existan todos los sitios. Fuera. O dentro.
jueves, 29 de octubre de 2009
Desde mi ventana
Y si te dijera que te conozco, ¿te asustarías?
Conozco tu caminar al despertar, siempre con un camisón blanco, descalza. Conozco tus ruidos en el baño, tus líquidos, tus gases y tus sólidos. Cómo coges el papel antes de sentarte en el baño, y lo doblas en tres. Me gusta cómo te tocas un pie con el otro, rozándose, reconociéndose constantemente, uno con otro, otro contra uno. Conozco el sonido del cepillo de dientes en tu boca, primero fuerte, luego despacio, después sin ruido, y luego otra vez fuerte, hasta que te enjuagas la boca y escupes. Conozco el ruido del agua sobre tu cuerpo, tu voz cuando cantas bajo la ducha, sí, tu voz. La conozco muy bien. Sé cuando estás triste, feliz, eufórica o pasiva. Conozco tus cadencias, y tus tonos, tus silencios y tus tildes. Fue lo primero que conocí, tu voz.
Conozco la manera en la que te envuelves con el albornoz y te secas los dedos de los pies, uno a uno, como si fueran cuerpos independientes y tuvieras todo el tiempo para dedicarle a cada uno. Conozco cómo te sacudes el agua del pelo, moviendo la cabeza de arriba a abajo, y de cepillarlo todo hacia atrás, de ponerte crema hidratante en pequeños montoncitos sobre tu piel y luego extenderla por partes.
Apenas veo tu cara, pero la imagino... y la toco. Tus párpados, tus labios y tus lóbulos.
Sin embargo, tus pies... Tus pies siempre los veo desde mi ventana. Sí, desde esa ventana que siempre está cerrada y que da al baño de tu patio interior. A veces miras hacia allí y me escondo, rápidamente, temblando, pensando que me has descubierto. Luego, me doy cuenta de que no me ves, de que es imposible que me veas, porque no existo.
Conozco... conozco tantas cosas de ti.
domingo, 25 de octubre de 2009
Sábado. Probando la cámara de la blackberry nueva



Tomamos unas tapas en La despensa. A partir de los cuarenta la mitad de las personas bebe y la otra mitad toma alguna pastilla, me dice Patri. Veo a M.V. pasando por delante, bosteza. Me cae bien, muy bien. Le saludo desde el cristal. Pienso que tiene que estar hasta el gorro de haberse hecho de repente tan “popular”. Sigo viendo a personas conocidas y a personas desconocidas. Bebemos vino. ¿Perteneceremos a la primera parte? ¿A los que beben? Todos necesitamos un escape. ¿O no?

Regreso a casa. Vía Hispanidad está desierta. Adoro Vía Hispanidad desierta. Esta noche se ha vuelto salvaje
y las farolas se han convertido en pájaros.
viernes, 23 de octubre de 2009
Yo también quiero ser punk
miércoles, 21 de octubre de 2009
Difuminando el horizonte
martes, 20 de octubre de 2009
220
Enciendes. 0. Aceleras. 40. Más rápida. 60. Vas cogiendo velocidad. 80. Sigue. 100. Más rápida. 120. Bajas las ventanillas. 130. El viento golpea en tu pelo. 140. Sigue. 150. Sacas las manos. Las extiendes. Todo tiembla. 160. La música está alta. Más alta. Pero no oyes. O no sabes qué oyes. 170. Más rápida. 180. Sacas más las manos. Extiéndelas más, muévelas sin miedo. Sigue. Más. 190. Te sueltas el pelo. Ahora no ves. Los mechones son látigos en tu piel. Pero sigue, sigue. 200. Más rápida. Tu pulso se acelera. La respiración se descontrola. Sigue. Sigue. 210. Sigue. 220.
220.
220. Ya no ves. Ya no oyes. Ya no estás.
Sólo brisa. Siempre blanco. Todo cielo.
lunes, 19 de octubre de 2009
Acercándonos
sábado, 10 de octubre de 2009
¿Qué eres?
Lui - Y tú... ¿qué eres?
Elle - Perdón... ¿cómo que qué soy?
Lui - Sí, pues eso, que qué eres...
Elle - No soy nada. Soy una persona... Soy manos y pies, boca y ombligo, ojos y pezones... Soy dudas y contradicciones, soy idas y venidas, soy chocolate y soy vino... soy aquí y soy allí... Soy nada y soy todo.
Lui la seguía mirando. Parecía no entender, pero se quedó callado, mirándola, sin prisa... Elle se acomodó en su silla y volvió a cruzar las piernas en el otro sentido.
Elle - Soy madre, soy hija, soy hermana, soy amiga... Ya no soy nieta... Soy luna, soy estrella, soy nubes, soy mar. Soy ventisca y soy brisa. Soy asfalto y soy tierra.
Elle se quedó callada de nuevo. Y Lui movió la cabeza:
Lui- Perdona...,no te entiendo... Lo que te preguntaba era que qué haces, qué has estudiado... o en qué trabajas...
En el bar ya no quedaba nadie. Estaban recogiendo las mesas de la terraza. Sólo se oía a la camarera poner unas sillas encima de otras. Sólo ese ruido metálico.
Elle - Estudié empresariales pero me habría gustado estudiar periodismo. Pero ¿de qué sirve decir me habría gustado? No sirve. No es. No se hizo. Entonces tendría que decir ¿que soy empresaria? No. ¿Una persona es algo por haberlo estudiado? ¿por tener un papel o una tarjeta donde alguien diga que lo es? Y ¿qué hay de su sangre? ¿Nadie se va a molestar en analizarla para comprobar si es cierto?
Lui - No, no me refiero a eso. Puedes haber estudiado una cosa o no haber estudiado nada, y luego haberte dedicado a otra cosa. Me refería a lo que hacías...
Elle - Me gusta crear cosas, y cambiar. A veces me cuesta terminar. Hago colecciones de moda pero no soy diseñadora ¿O sí? Escribo líneas, textos, cuadernos..., pero nunca he escrito un libro. Si lo escribiera ¿acaso podría decir que soy escritora? ¿O no? ¿Quizás tendría que vivir, al menos en parte, de lo que escribiera? Pinto cuadros, siempre círculos. Me gusta. Pero nunca he estudiado arte, ni he hecho una exposición, ni he vendido ningún cuadro ¿pintora de círculos? Camino, caminaría siempre, ¿soy caminante? Viajo pero no soy turista, ¿nómada? Hago fotografías, pero ¿qué tendría que hacer para ser fotógrafa? ¿vivir de ello o salir en alguna revista y que junto a mi nombre pusieran Elle- Fotógrafa? Entonces, ¿me lo creería? Entonces, ¿se lo creerían? Entonces, ¿sería algo? Entonces, ¿soy algo?
Lui - Sólo te preguntaba que qué eras...
Elle - Sí, tienes razón. No soy nada. Soy una persona... Soy manos y pies, boca y ombligo, ojos y pezones... Soy dudas y contradicciones, soy idas y venidas, soy chocolate y soy vino... soy aquí y soy allí... Soy nada y soy todo...
jueves, 8 de octubre de 2009
El humo que ruge
Así es como llaman a las cataratas Victoria, Mosi-Oa-Tunya, que significa el humo que ruge. En la época seca, a partir de noviembre, el rugido no es tan salvaje porque el río viene con menos caudal. Sin embargo, y precisamente por eso, porque hay menos agua, se puede cruzar caminando por rocas, bordeando las cataratas, sintiendo sus grietas, y asomándote al vacío por ángulos que te dejan sin aliento, hasta la Isla de Livingston. Allí, a pocos metros ya de de la caída del agua, te quitas la ropa, y te zambulles en sus aguas, nadando detrás de un guía hasta llegar al mismo borde de las cataratas. Es salvaje, es pura vida. El sonido, el vapor, la adrenalina que corre por tu cuerpo. Túmbate boca abajo y agárrate con las manos a la roca, te dice el guía mientras te sujeta los pies. Y te agarras y te asomas al vacío, y te sientes uno con el agua, con las rocas, con el cielo, con Zambia, con África, con la vida... Y das gracias.
lunes, 5 de octubre de 2009
domingo, 27 de septiembre de 2009
Hoppipolla
lunes, 21 de septiembre de 2009
Canas y caramelos de naranja
Tengo muchas canas. Me gustan las canas, pero no me quedan bien, se me ve el pelo a trozos, partes blancas, partes morenas, partes quemadas por el sol... ¿Y si me dejo todo el pelo blanco? Pero entonces me tendría que teñir todo de blanco, y no, no me gusta. Así que me voy a una de las peluquerías que en los últimos años han tomado las calles de todas las ciudades de España. Parece que entras en una nave de extraterrestres, con esa luz tan blanca, tan fuerte y tan fría y una música altísima y estridente que anula todos los sentidos. No hay nada cálido, todo frío. Hola, tengo un curso a las doce, ¿me da tiempo de teñir y de depilarme? Sí, claro. Mientras te hace efecto el tinte te podemos ir depilando. Qué horror, siempre estas manías de aprovechar el tiempo, pffff, odio esa palabra, aprovechar...
Uno de los tripulantes de la nave me pone una bata de papel negra y me mete un papel en el bolsillo con mi número, como si fuera una oveja que mandan a esquilar. Y allí mismo otra chica llena de piercings me dice dónde me tengo que sentar. Sigo sus órdenes obediente y me siento, saco mi libro, e intento abstraerme de la música y de la luz. Qué martirio. Con lo que me gustan los sitios donde te puedes relajar... Pero ¿quién me manda ir allí? Sí, recuerda, pagas la mitad de lo que pagabas en otras peluquerías, sí, la mitad. Es verdad, ya me acuerdo. Bueno, pues a aguantar. Es sólo un rato, cambiar el color de mis queridas canas y ya está. Aguanta. Regresa la chica de los piercings con un bote lleno de un potingue color crema. Y con un pincel me empieza a extender el susodicho potingue color crema por toda la cabeza. ¿Y si inventaran un tinte que no tiñera sólo las canas, sino que también tiñera los pensamientos, de rosa, morado...? Miro a mi lado, más mujeres cambiándose el color de su pelo. ¿Han existido siempre las peluquerías? ¿Nos hemos teñido siempre el pelo? Me parece increíble, el número de peluquerías, los litros de tinte, las horas invertidas... Una pérdida de tiempo. Si nos quedáramos todos calvos estaríamos muy feos, y no tengo nada contra los calvos, me gustan, pero si hubiera un microondas en casa donde pudiéramos meter la cabeza, poner el programa y salir ya con el color y el peinado que quisiéramos... Sí, eso estaría bien. De todas formas, y sigo pensando en la nave blanca dónde estoy sentada, si hubieran creado el mismo concepto pero con menos luz, con una luz más amable, con una música más tranquila... ¿Cada vez que vengo me pregunto como podéis trabajar todo el día con esta música y esta luz? Le comento a una de las tripulantes. Sí, al principio lo pasas mal pero luego ya te acostumbras... Pero luego ya te acostumbras.... Pero luego ya te acostumbras... Se me queda esta frase dentro, es como una epidemia, contagiosa, muy contagiosa...
Salgo con el pelo sin canas y con las piernas sin pelos. Tengo que pasar por el banco antes de ir al curso. Han arreglado la oficina. Ahora es toda naranja. Abro la puerta, y me da la sensación de entrar en una caja de plástico naranja, qué luz tan espantosa. Y que sensación tan extraña, parece que me hayan puesto unas gafas con cristales naranjas, o que sea un caramelo de naranja envuelto en celofán...pfff... ¿Cómo podéis trabajar así? le pregunto a la chica que está en la caja. Sí, los primeros días se nos hacía un poco raro pero luego ya te acostumbras... Pero luego ya te acostumbras... Pero luego ya te acostumbras...