domingo, 30 de noviembre de 2008

El traje

Iba a la oficina como todos los días, enfundado en su traje gris. Era un traje gris de chaqueta. El típico de marca. Uno más. Qué más da. El traje no nos va a decir nada más sobre él. Porque igual que ese traje había al menos cien más en el edificio donde trabajaba. Pero se creía afortunado y con clase, por llevar ese traje, por poder comprarse un traje que todo el mundo sabía que costaba más de lo que muchas personas ganaban en un mes. Le gustaba. Ponérselo por la mañana y mirarse en el espejo, y ensayar gestos y posturas, para deslumbrar, si todavía podía más, a la gente o gentuza con la que se cruzaba. Porque él vivía en otro mundo, sí, él pertenecía a otra clase, a otro nivel más alto. Y los que estaban por debajo eran eso, gentuza.
Iba a la oficina, tomaba café, hablaba con sus compañeros sobre la economía del país, sobre la situación de la bolsa, hablaban en cifras millonarias, de miles de millones, como si todos aquellos millones estuvieran en su cartera y como si hablar de eso con soltura fuera el pase para una butaca de patio en primera fila. Sí, si no te sabías todos esos millones de memoria no podías acceder a esa primera fila. Después de recitar todas las cifras del día, volvía a su mesa. Y sólo veía trajes. Más trajes que demostraban que habían seguido el buen camino y que por ello habían sido recompensados. A las dos se iba a comer con su mujer o con algún cliente y sobre las tres o tres y media volvía a su despacho a ordenar sus papeles. Más números, más cifras. Por la tarde volvía a casa caminando. Pero ni siquiera miraba a su alrededor. Iba de nuevo hermético en su traje, en sus pensamientos, en “sus millones” y en lo que tenía que hacer para seguir llevando ese traje. Así pues, nunca vio al vagabundo que se ponía día tras día en la puerta de su oficina. Ni siquiera tenía tiempo para reparar en algo así. Y menos en mirarle. No, por Dios. ¿Para qué?
Un día, a las siete y media, que era la hora a la que cada día salía de trabajar, se dio cuenta de que había perdido un botón del traje. Maldición. Entró de nuevo al edificio, volvió a salir, volvió a entrar, miró en su despacho, inspeccionando cada milímetro del suelo. Y cuando por cuarta vez salió a la calle, examinando el suelo en búsqueda del botón, dio con un zapato sucio, carcomido y sin suela, que soltaba una peste inmunda. Levantó la mirada y le vio, por primera vez, a pesar de que llevaba más de tres años en el mismo sitio. Y allí estaba su botón. Y, sin ni siquiera mirarle a la cara, se agachó, y conteniendo la respiración, cogió su botón y se fue, por la misma calle, en la misma dirección que todos los días, hacia su casa.
El vagabundo se levantó y subiéndose en un banco de la calle comenzó a gritar a todas las personas que por allí pasaban: “¡Oh, bestias insensibles! ¡Despojaos de vuestras vestiduras, de vuestros disfraces. Volved a ser humanos. Regresad a la risa, a la mirada, al amor. Comprended y vivid en la compasión. Desnudaos, sí, desnudaos todos, ya, ahora, de una vez por todas y para siempre. Vayamos todos desnudos a nuestro reencuentro. Salid de esa vanidad que os tiene aprisionados y vivid en libertad. Acoged a vuestros semejantes…”
No pudo acabar. Un policía, que llevaba un traje, otro tipo de traje, lo detuvo y se lo llevó a comisaría.
El vagabundo seguía hablando dentro del coche. “Te castigo por tu vanidad. Te castigo por andar inmerso en ti. Te castigo por tu falta de humanidad. A partir de ahora y para siempre vivirás muerto. Y morirás muerto. Porque semejante escoria andante no merece ni siquiera un gramo de compasión ni de caridad… “
Y así pasó. El vagabundo volvió a la puerta de la oficina, porque ya no existían los manicomios. Y nuestro protagonista volvió a casa con su traje y su botón. Y siguió viviendo como siempre había vivido, muerto. Con su traje.

1 comentario:

PHAROS dijo...

el traje sirve para separarnos y mantener a distancia de la realidad

es la forma mas facil de no implicarse y asumir todo lo que venga.

Deberiamos romper con los trajes y poder demostrar como somos realmente y una vez que sepamos realmente quien somos hacer un traje hechos por nosotros mismos

besos trajeados